Fuera de nosotros, de nuestro espacio interno, se encuentra lo que comúnmente llamamos realidad, un extenso mundo exterior que está lleno de personas, animales y objetos. Lo curioso es que cuando nos referimos a ella todos tenemos una imagen mental distinta en la cabeza. A todos los efectos no hay una, sino millones de realidades, una por cada miembro de nuestra especie. Para entenderlo mejor debemos analizar el proceso perceptivo.
Cada uno de nosotros percibe esa realidad a través de unos filtros, los sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Cada uno de ellos se encarga de aprehender un tipo de información del mundo que nos rodea. La vista se ocupa de captar la información lumínica, el oído de los datos sonoros, el olfato y el gusto de las señales químicas y el tacto de la información sobre temperatura, presión o fricción.
Sin embargo, llegados a este punto nos encontramos con el primer problema para interpretar la realidad: los sentidos son unos filtros limitados incapaces de captar todos los matices de información que hay a nuestro alrededor. La vista, por ejemplo, sólo recoge la energía lumínica comprendida entre las ondas de color rojo y las violeta —no puede percibir los rayos infrarrojos ni los ultravioleta—; el oído tampoco tiene capacidad para captar sonidos más allá de un umbral determinado, aunque esos sonidos se encuentren ahí realmente; y lo mismo sucede con el tacto, el gusto y el olfato.

Aceptar este hecho implica efectuar un gran cambio en nuestra manera de hacer frente al mundo que nos rodea porque supone asumir que, a través de los sentidos, nunca podremos percibir la realidad de manera absoluta. Una buena parte de la información que nos ofrece el mundo exterior siempre quedará fuera de nuestro alcance.
La cosa se pone mucho más interesante cuando analizamos el siguiente filtro que participa en el proceso perceptivo: la mente. Es ella la encargada de recibir y procesar la información que llega a través de los sentidos. La función de la mente es la de analizar los distintos estímulos obtenidos y clasificarlos, separando los que resultan interesantes o signicativos de los que no. Para ello se vale de nuestras creencias, valores, experiencias y estado emocional de ese momento concreto. Al final del proceso nuestra mente otorga distintos significados a cada uno de los estímulos percibidos y establece una interpretación de lo que ocurre. Pero hay que tener presente un hecho muy significativo —y éste es el dato clave que quiero compartir hoy con vosotros—, en este mundo exterior llamado realidad nada significa nada por sí solo. Es sólo a través de nuestras creencias, valores, experiencias y estado emocional de ese momento concreto que otorgamos significado a todo lo que nos rodea, es decir, los significados son completamente subjetivos y no tienen por qué ser compartidos por otras personas.
Pongamos un ejemplo para comprenderlo aún mejor. En el salón de mi casa hay un objeto negro de forma prismática y aspecto metalizado que en una de sus caras presenta unas luces naranjas y azules. Hace tiempo me enseñaron que este dispositivo, que se llama minicadena, sirve para reproducir música. He de confesaros que yo disfruto mucho escuchando las canciones de mis grupos preferidos. Es una actividad con la que me puedo pasar horas porque, además de divertirme, me ayuda a sentirme animado y contento. Por este motivo, cuando mi mente analiza el elemento minicadena le otorga un significado muy positivo y cataloga este objeto como importante y necesario para mí. La minicadena por sí sola no significa nada, no tiene valor alguno, son mis creencias, mis valores, mis experiencias y mi estado emocional los que le otorgan esa interpretación.

Es curioso porque tengo un amigo que cada vez que viene a casa y ve la minicadena se pone de los nervios. Mi dispositivo es idéntico al que tenían en un pub en el que estuvo pinchando música un verano. Estaba pasando aprietos económicos y no le quedó más remedio que aceptar ese segundo trabajo que odiaba con toda su alma. Mi minicadena le recuerda esa época de su vida y su mente le otorga un significado diametralmente opuesto al mío.
Me encanta contar esta historia porque ilustra a la perfección cómo percibimos el mundo que nos rodea. Lo que cada uno piensa de la realidad no deja de ser un simple punto de vista, personal y subjetivo, uno entre los millones que puede haber; y todos, absolutamente todos, son válidos porque el mundo que nos rodea, por sí solo y sin nadie que lo interprete, carece de significado.
Cuando nos damos cuenta que la realidad no es absoluta, inamovible o imperturbable, sino que está definida por las creencias, valores, experiencias y estado emocional de ese momento concreto de la persona que la observa, comprendemos que nuestro mapa del mundo no es el mundo y, por lo tanto, no estamos en posesión de la verdad absoluta. Ser conscientes de que el prójimo otorga importancia a cosas que para nosotros resultan insignificantes y viceversa, nos invita a ser mucho más humildes y tolerantes, también a estar abiertos a nuevos caminos que nos enriquezcan y nos completen.
Cuanto antes asumamos que todas las personas tienen algo de razón, antes nos convertiremos en seres con múltiples puntos de vista e innumerables realidades. Todo un universo de oportunidades que amplía nuestras posibilidades de sentirnos libres y plenos.