¿Cómo te va? ¿Eres quien quieres ser? ¿Haces lo que te gusta? ¿Has conseguido todo lo que querías? Si es así, ¡fantástico! Sigue adelante con tu vida porque vas por muy buen camino. Si no es así y necesitas superar cierta sensación de fracaso ocasionado por alguna de estas carencias, entonces te conviene seguir leyendo.
Los seres humanos nos pasamos la vida renovando nuestras aspiraciones, deseos y anhelos. Para nosotros son tan importantes que medimos nuestra felicidad en función de los que logramos atesorar. Conseguirlos o no depende, en gran medida, de la habilidad que desarrollemos para enfrentarnos a los problemas que dificultan su consecución.
Por desgracia, las respuestas que damos a los obstáculos que nos presenta la vida suelen ser de carácter improvisado. Nuestras decisiones se fundamentan en impulsos inconscientes en vez de en un análisis deliberado basado en experiencias previas. Un hecho que complica mucho la resolución eficaz de esos problemas: sin una respuesta razonada es muy difícil obtener unos resultados satisfactorios.

Cada vez que se nos escapa uno de nuestros objetivos —cuando no somos lo que queremos «ser»; no hacemos lo que queremos «hacer»; o no tenemos lo que queremos «tener»—, crecen en nosotros los sentimientos de fracaso, de pérdida, de cansancio o de derrota. Unas sensaciones que, a la larga, pueden desembocar en tristeza profunda o depresión si no se manejan cuidadosamente.
Con un ejemplo lo entenderemos mejor. Tras cinco años de noviazgo José decide casarse con Elena. Ambos han elaborado un proyecto muy bonito de familia al que quieren dar forma. Tienen planeado trabajar duro durante cuatro años con vistas a ahorrar para la entrada de la casa de sus sueños. Una vez en ella quieren tener un par de hijos maravillosos a los que amar con locura.
Los planes se empiezan a torcer cuando Elena se queda embarazada unos meses después de la boda. En ese momento ambos deciden que ella debe dejar de trabajar para cuidar de la pequeña María. La situación se complica un poco más un año más tarde, cuando José se queda sin empleo. Su cuñado se ofrece a interceder por él para que lo contraten en la empresa en la que trabaja, pero pasan los meses y la propuesta nunca llega. Los problemas de José y Elena van en aumento por las dificultades económicas y su proyecto familiar se encuentra cada vez más estancado. Pasados dos años la situación en casa se ha vuelto completamente insostenible. Las constantes discusiones y los reproches hacen mella en su relación y, finalmente, deciden divorciarse.

Actualmente, José sólo ve a su hija María cada 15 días. Y lo hace con un profundo sentimiento de tristeza porque se acuerda de aquél proyecto tan bonito que tenía con Elena y que no pudo llevar a cabo. Se siente fracasado porque la meta que se había marcado para su esfera familiar no se ha materializado.
Es cierto que los humanos aprendemos de nuestra experiencia. Sin embargo, no siempre somos capaces de llegar a todos los matices y las implicaciones que derivan de ella. Si José hubiera sido capaz de aprender realmente de su relación con Elena, no sentiría un pellizco de tristeza en la barriga cada vez que está con su hija. Para continuar con su vida necesita superar la sensación de fracaso que lo está devorando por dentro, es decir, dejar atrás el pasado y centrarse en el «aquí y ahora».
¿De qué manera podemos superar la sensación de fracaso?
La mejor manera de afrontar la sensación de fracaso es aprendiendo de los errores que llevaron a que una meta no se cumpliera. Tomar conciencia y aprender de ellos es fundamental para recobrar la confianza en uno mismo y encarar proyectos futuros con una cierta seguridad.
José necesita superar su ruptura sentimental y la sensación de fracaso que lleva asociada porque está afectando al vínculo que tiene con su hija. Para ello tiene que examinar su relación con Elena y buscar los «aprendizajes» que le permitan hacer frente a esta situación. Con esta idea en mente José comienza a analizar su etapa de casado para descubrir qué hizo mal y qué debe mejorar:
- ¿Qué estrategias no funcionaron? José se da cuenta de que la decisión de que Elena dejara su trabajo tras tener a María no fue buena. La economía familiar se resintió demasiado y dejaron de poder ahorrar para comprar la casa que tanto deseaban.
- ¿Qué actitudes adoptó que no ayudaron a mejorar la situación? La pasividad a la hora de buscar un nuevo trabajo hizo que todo fuera a peor. Ahora tiene claro que no debió esperar tanto tiempo la propuesta de trabajo de la empresa en la que trabajaba su cuñado.
- ¿Cómo gestionó los conflictos con Elena? Las discusiones de los últimos años fueron devastadoras, estaban planteadas desde el enfrentamiento y el reproche, por lo que no ayudaban a mejorar la relación entre ambos.
- ¿Controló bien sus emociones? José ve claro que debería haberse parado a escuchar más a Elena. De este modo se habría dado cuenta de que ella también estaba sufriendo. Si no hubiera estado tan desbordado por la sensación de fracaso se podrían haber evitado un gran número de discusiones. Ahora sabe que no supo gestionar correctamente la desilusión que le ocasionó la pérdida del empleo.
- ¿Dónde debería hacer hincapié en futuras relaciones? José se ha dado cuenta de que debió ser mucho más activo a la hora de tomar medidas que permitieran salir a su familia de la situación en la que se encontraban.

A medida que José responde a estas preguntas aumentan tanto su grado de confianza como las posibilidades de afrontar eficazmente futuras relaciones. Con estos «aprendizajes» asimilados José siente que ha superado su sensación de fracaso y que puede encarar nuevas relaciones sentimentales sin miedo de que éstas acaben otra vez en divorcio. Pero, sobre todo, está consiguiendo desprenderse de la sensación de tristeza que experimentaba cuando estaba con su hija.
Conclusiones
Llegados a este punto debemos darnos cuenta de una idea esperanzadora: fracaso no es sinónimo de final. No alcanzar una meta no implica necesariamente que ésta no sea realizable. Los «aprendizajes» son nuestros aliados, nos facilitan enormemente el trabajo. Apoyándonos en ellos podemos acometer cualquier proyecto una y otra vez y, con cada intento, el camino resulta mucho más sencillo.
Como vemos, afrontar los errores, tomar consciencia y aprender de ellos nos ayuda a encontrar el camino correcto. Así aumentamos nuestra sensación de control sobre cualquier situación y, por tanto, nuestra autoconfianza. Con estos «aprendizajes» bien definidos nuestra comprensión de la vida se multiplica exponencialmente. Gracias a ellos podemos encarar cualquier dificultad con respuestas razonadas y conscientes, sabiendo que, cada paso que damos, nos acerca un poco más a la meta que nos hemos marcado.