Se me ponen los pelos de punta cada vez que pienso en la situación que estamos viviendo: una sociedad cada vez más centrada en las redes sociales que conoce mejor a personas a kilómetros de distancia que al vecino de la puerta de enfrente; una economía basada en el crecimiento infinito que está devastando nuestro planeta; una clase dirigente extremadamente polarizada que es incapaz de consensuar proyectos a largo plazo, transversales y de calado. En definitiva, un panorama desolador con el que no me siento nada identificado y que me encantaría cambiar.
Sin embargo, cuando le pregunto a la gente de mi alrededor qué vamos a hacer para solucionar esta crisis sistémica, el 90% de ellos me contestan cosas como: «no sé…», «no se puede hacer nada» o «habrá que aguantar el chaparrón». Una parte de mí entiende este tipo de respuestas porque la sensación que tenemos todos es la de que el sistema es imperturbable y no se puede cambiar. No obstante, otra parte de mí se desespera con tanto conformismo porque evidencia un problema de fondo: la apatía y el estancamiento general que vive nuestra sociedad.
Hace tiempo que descubrí que es más fácil poner a la gente de acuerdo para buscar culpables que para encontrar soluciones y, en este caso, todo el mundo coincide en mirar con recelo a las entidades bancarias o a la clase política. Yo también lo hice en su día. Hubo un momento en el que mi rabia estaba tan focalizada en estos últimos que comencé a leer sobre política e indagué sobre su origen. Descubrí que ésta nació del impulso que sentían los sabios por guiar al pueblo llano hacia un bien mayor. Pero, a mi modo de ver, esta manera altruista de entender el servicio público se desvirtuó hace ya mucho. Hoy por hoy es difícil entender cómo seguimos confiando en estas personas que no brillan precisamente por su sabiduría o su naturaleza desinteresada.

La situación ha degenerado hasta tal punto que el problema ya no está en las élites que mueven los hilos del mundo sino en nosotros que permitimos que esta rueda siga girando sin parar. Si de verdad queremos cambiar las cosas no podemos delegar nuestra responsabilidad en manos de estos políticos incapaces, debemos hacerlo nosotros mismos. Hay que ser valientes para dar un paso al frente y trabajar por lo que queremos.
Hablando de la situación actual con otros compañeros de profesión volví a conectar con la idea del pensamiento sistémico. Una manera de entender la vida, alentadora y revitalizante, que había dejado olvidada en un rincón y que postula que todos formamos parte de un sistema en el que cada individuo tiene un papel y, debido a este rol, por pequeño que sea, es capaz de causar un efecto en la sociedad. Estos nuevos ojos con los que miro el mundo me dan esperanza, porque he descubierto que el todo es distinto a la suma de las partes que lo componen, es decir, que cada elemento del sistema cuenta, lo que significa que cualquier persona tiene en su mano el poder para cambiar lo que no le gusta.
Una buena parte de la sociedad ya ha adoptado este pensamiento sistémico y está consiguiendo cambiar las cosas. Y digo está porque el proceso de transformación, aunque no lo creas, ya está en marcha. En los últimos años, mucha gente ha comenzado a buscar alternativas a este tiempo en el que nos ha tocado vivir y ha dado los primeros pasos hacia una nueva sociedad más activa, cooperativa, involucrada, responsable y libre. Se trata de una revolución en toda regla pero distinta a todas las anteriores porque se está produciendo de manera pacífica, sin apenas hacer ruido —no vas a ver muchas noticias relacionadas con este tema en la prensa— y, lo más curioso, la están llevando a cabo personas que ni siquiera saben que forman parte de ella.

No hay nada más que echar un rápido vistazo a internet para descubrir un buen número de ideas interesantes y de proyectos ilusionantes, alternativas muy reales que, sin levantar mucho la voz, ya han plantado la semilla de la revolución. Algunos ejemplos los tenemos en el movimiento de la permacultura, que persigue establecer asentamientos humanos sostenibles y en completa armonía con el entorno, priorizando las relaciones óptimas para todos los elementos —personas, animales y plantas— que componen el ecosistema; el movimiento de transición, que pretende adaptar el modo de vida urbanita fomentando su autosuficiencia y reduciendo su dependencia energética; el micromecenazgo o crowdfunding, una red de financiación colectiva que facilita la consecución de proyectos a través de contribuciones colectivas que posteriormente se ven recompensadas; los grupos de consumo de productos locales, que aseguran el acceso a bienes cercanos a un precio que, al eliminar los costes por la intermediación y la distribución, es muy competitivo y que, adicionalmente, logra reducir el impacto medioambiental por hacer la compra; los servicios de vehículo compartido como Blablacar, que permiten compartir gastos y reducir emisiones a las personas que desean desplazarse a un mismo lugar en un mismo momento; o las cooperativas de préstamos sin intereses y de trabajo asociado.
Todas estas nuevas maneras de entender las relaciones humanas tienen dos elementos en común muy importantes: invitan a la acción, a que cada uno haga uso de su responsabilidad individual y aporte su granito de arena; y promueven la cooperación entre personas, cubriendo una de las necesidades primordiales del ser humano. Estos movimientos tienen claro que sólo podremos superar la situación en la que estamos inmersos si lo hacemos juntos, cooperando y fomentando nuestro comportamiento ecológico.
Nos encontramos a las puertas de un nuevo modelo de sociedad más responsable en el que todos podremos aportar algo. Por mucho que los señores de la banca o sus socios de la clase política se empeñen en perpetuar un capitalismo en el que el ciudadano no es más que una pieza que trabaja para engordar sus bolsillos, el cambio ya está aquí. Te invito a que le eches un vistazo a alguno de los movimientos que he mencionado anteriormente para que abras los ojos y salgas del letargo en el que estamos inmersos antes de que el edificio se nos caiga encima.
Es el momento de que participemos en el desarrollo del nuevo sistema, recogiendo todo lo positivo y lo bueno que hay en éste, sustituyendo el exceso de egoísmo por una buena dosis de cooperación y añadiendo gran cantidad de compromiso. Construyamos un mundo más ético y responsable entre todos porque, en esta nueva sociedad que merecemos, cada aporte cuenta.