Las relaciones sentimentales son uno de los grandes motores de nuestras vidas. A través de ellas somos capaces de experimentar sensaciones tan agradables y placenteras como la conexión con otra persona, el amar y ser y amado o el compañerismo incondicional. Sin embargo, éstas no siempre son eternas y en ocasiones, nos toca superar una ruptura de pareja, hacernos a la idea de que la persona a la que amamos ya no nos quiere.

Por lo general las rupturas no se producen de mutuo acuerdo, sino que tienen lugar cuando uno de los miembros de la relación decide separarse. Esta circunstancia ocasiona sentimientos de abandono y de pérdida, y un gran desajuste en la vida de su compañero o compañera. En ocasiones ese desajuste es tan grande que puede provocar momentos de intensa tristeza, apatía, ansiedad, trastornos del sueño e incluso episodios de depresión.

¿Por qué puede llegar a ser tan traumática una ruptura de pareja? Aunque cada persona es única y cada proceso es diferente, existe un mecanismo mental por el que tendemos a asociar nuestro proyecto de vida sentimental y la persona con la cual lo compartimos. Somos propensos a creer que nuestra pareja es la única que puede cubrir nuestras necesidades y deseos afectivos. Así que, cuando la relación se acaba, sentimos una doble pérdida: la de la persona que queremos y la de todo nuestro proyecto sentimental. ¿Cómo conseguimos diferenciar ambos aspectos?

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La técnica de la gestión del duelo

La programación neuro lingüística —PNL— nos ofrece una poderosa herramienta para superar una ruptura de pareja. Se trata de la técnica de la gestión del duelo, un proceso que se desarrolla en tres fases: la ganancia, la disociación y la visualización de la meta. Apoyándonos en esta técnica podemos afrontar eficazmente este tipo de trances.

Ganancia

En primer lugar, debemos reubicar la experiencia asociada a nuestra pareja. Transformarla para que el sentimiento de pérdida al que va ligado pase a convertirse en algo enriquecedor. Para ello debemos examinar el recuerdo y analizar lo que hemos ganado con esa experiencia. Tenemos que centrarnos en sus aspectos potenciadores, en rememorar las partes agradables y en recordar la sensación de gozo experimentada en aquellos momentos. En definitiva, debemos enfocarnos en lo que hemos aprendido y en lo que hemos crecido junto a nuestra antigua pareja. Sólo desde esa perspectiva potenciadora seremos capaces de agradecer a nuestro compañero o compañera el tiempo que hemos pasado juntos.

Disociación

El siguiente paso consiste en definir nuestro proyecto de pareja. Es vital que precisemos con el mayor lujo de detalle lo que valoramos en una relación al margen de cuál sea nuestro compañero. Para hacerlo posible, primero debemos determinar aquellas características que valorábamos en nuestra antigua pareja. Pero al mismo tiempo, también tenemos que analizar las carencias que presentaba —aquellas actitudes o habilidades que desearíamos que tuviera nuestro compañero ideal—. De esta manera sabremos con exactitud qué buscamos en una relación. Cuanto más definida esté nuestro concepto de relación, menos ligado estará a una persona en concreto.

Visualización de la meta

La última etapa del proceso que nos permite superar una ruptura de pareja tiene lugar cuando somos capaces de visualizar nuestro objetivo —independientemente de cuál sea la persona con la que lo compartamos— y cuando nos damos cuenta de que se trata de una meta asequible.

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Un caso práctico

Pongamos un ejemplo para entenderlo mejor. Imaginemos que María viene a mi consulta desconsolada tras haber roto con Juan. Cada vez que piensa en su proyecto de pareja le viene a la mente una imagen de ellos paseando a la orilla del mar. Este doloroso recuerdo la entristece muchísimo porque aún no ha superado la ruptura de pareja y despierta en ella una desagradable sensación de pérdida.

María debe comenzar transformando el recuerdo de Juan en experiencias enriquecedoras —fase de ganancia—. Para ello se tiene que detener a analizar su crecimiento como persona durante el tiempo que han estado juntos. A partir de ahí podrá agradecer a su antigüo compañero esos momentos.

En su siguiente etapa —fase de disociación—, María deberá comenzar a separar la imagen de Juan de la de sus necesidades y deseos sentimentales. Cuanto más defina sus aspiraciones en una relación de pareja menos ligadas estarán éstas a la figura de Juan. También experimentará menos desesperanza y desolación cuando traiga a su recuerdo la imagen de ellos paseando a la orilla del mar.

Para culminar el proceso —fase de visualización de la meta—, podemos pedir a María que realice un sencillo ejercicio. Deberá cerrar los ojos e imaginar la fotografía que representa su proyecto de pareja ideal. Podría ser, por ejemplo, una casa de campo con jardín en el que se encuentran ella y su compañero mientras sus hijos corretean alrededor. Visualizar esta estampa le va a permitir realizar un sencillo «juego». Con la imagen en la cabeza, podemos pedirle a María que realice un gran número de copias mentales de la fotografía, que visualice su futuro frente a ella y que reparta todas esas copias a lo largo y ancho de su futuro, como si fueran estrellas en el cielo. Por último, podemos pedir a María que imagine que cada uno de esos puntos representa una oportunidad que su futuro le va a brindar para que pueda alcanzar su sueño.

Mujer con mirada esperanzada

Cuando María vuelva a abrir los ojos se sentirá mucho más aliviada. El sentimiento de pérdida se habrá desvanecido o, al menos, se habrá reducido considerablemente. En su interior sólo encontrará la sensación de que se ha cerrado un capítulo muy enriquecedor en la novela de su vida. Pero también se dará cuenta de que ese libro dista mucho de haber acabado.

Conclusiones

Gracias a esta técnica he conseguido que muchos clientes lograran gestionar con eficacia una ruptura amorosa recuperando así su autoestima. El éxito era tan rotundo que al final del proceso los sentimientos de dolor, de abandono y de pérdida se habían convertido en un recurso potenciador que les permitía seguir creciendo como personas.

Saber manejar la estructura y el contenido de la mente nos da pie a hacer lo que queramos con ella. Controlándola podemos desde gestionar estados emocionales hasta resolver conflictos, afrontar dilemas de una manera más armoniosa o ampliar nuestro conocimiento sobre nosotros mismos. Con esta habilidad bien desarrollada seremos capaces de propiciarnos una existencia más agradable y cómoda. Imaginemos la vida como un rugiente océano, nuestra mente como una tabla y a nosotros mismos como el intrépido surfista que se divierte mientras surca las olas. Si alguna nos derriba, nos montaremos de nuevo en la tabla —felices y agradecidos por la experiencia— y, por mucho que la sal nos irrite un poco las heridas, esperaremos a que llegue la siguiente mientras disfrutamos de la brisa marina.