Pienso que la sociedad en la que vivimos no es natural. La humanidad, en su evolución, se ha ido concentrando, en unos sistemas cada vez más complejos, para cubrir necesidades de todo tipo: fisiológicas, de seguridad, de afecto, de reconocimiento, de autorrealización, etc. Empezamos viviendo en pequeñas tribus y ahora nos agrupamos en grandes ciudades con millones de habitantes.
Para asegurar la supervivencia del grupo se han establecido una serie de leyes, valores y creencias que identifican lo bueno y lo malo. Y a medida que aumenta el tamaño de la sociedad, se van añadiendo más normas de convivencia que aseguran el buen funcionamiento del grupo. Estas normas, valores y creencias forman la cultura y ésta va guiando la vida de los individuos que se encuentran dentro del grupo. Me explico, un individuo nace en una sociedad determinada con una cultura particular que le dice qué es la vida y cómo tiene que vivirla. Esta estructura se encarga aleccionar al individuo diciéndole cómo pensar, qué es bueno y qué es malo o qué es lo que vale más y qué es lo que hay que despreciar.
Como ya sabéis los que habéis leído los artículos anteriores, pienso que la vida es como un «juego». Un «teatro» en el que cada uno interpreta un «personaje». Supongamos que esta metáfora es cierta, que nuestro personaje (formado por nuestro cuerpo, nuestra personalidad y nuestra mente) se desenvuelve y tiene diversos intereses en una serie de áreas: la personal (propia como individuo), la familiar, la grupal, etc. Este personaje tiene un impulso muy básico de sobrevivir, de avanzar y de desarrollarse en todas estas áreas. Un proceso al que llamamos el «juego de la vida», el cual, como hemos visto, está regido por sus propias leyes, creencias y valores y que, a su vez, está condicionado por la sociedad y la cultura en la que, como personajes, nacemos.

Ya tenemos un poco más definido el escenario de actuación que quiero plantear: un individuo, interpretando un personaje, que ha sido aleccionado dentro de la sociedad en la que vive para que siga unas normas y valores, y que intenta avanzar y desarrollarse en distintas áreas, tratando de ganar en el «juego de la vida». Este individuo aprecia y valora positivamente muchas cosas a las cuales querrá acercarse y desprecia otras tantas de las que querrá alejarse, haciendo como si no existiesen.
Lo que nos lleva a la gran prengunta: ¿Qué se valora positivamente en esta sociedad occidental? No se puede generalizar en la respuesta puesto que para gustos, los colores. Lo que sí observo en esta sociedad en la que vivimos es que hay una tendencia a aprecíar y ensalzar cuestiones materiales como el dinero, la belleza física adecuada al estándar, el ir a la moda, el poder, etc. Estos valores se nos venden día tras día y nos instan a considerar inferior o a despreciar todo aquello que se aleje de ellos, es decir, a discriminar a todo o todos los que no se ajusten a estas normas. Porque no lo olvidemos, discriminar, según el diccionario es: «dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, físicos, etc.».
También observo, cada día más, cómo van creciendo formas alternativas de concebir las cosas. Otras corrientes que valoran positivamente cuestiones más trascendentales como el desarrollo personal y espiritual, la inclusión en la sociedad del grupo desfavorecido, el desarrollo de la cultura del compartir, el voluntariado, etc. En estas corrientes alternativas también he visto actos de discriminación, por ejemplo hacia las personas que tienen valores materiales, aunque ésta es mucho menos pronunciada.

Estamos tan identificados con nuestra forma de pensar y de ver las cosas, tan conformes con nuestras creencias sobre lo que es bueno y lo que es malo, que cuando damos trato de inferioridad a otra persona (ya sea de forma consciente o inconsciente) sólo porque sus creencias o valores no son iguales a los nuestros, olvidamos que tenemos delante un ser humano igual que nosotros, con intereses y necesidades como nosotros, y que trata de crecer en la vida igual que nosotros.
Creo que los seres humanos somos de lo más variopinto, tanto física como mentalmente, y que no hay nadie que se ajuste al molde perfecto que nos quieren vender. Esta diversidad, tarde o temprano, se va a tener que reflejar en nuestra sociedad. Me gustaría que pudieras abrir tu mente y que percibieras al resto de personas como un gran abanico de personajes, cada uno de ellos con características de lo más rico y diverso. Me encantaría que te dieras cuenta de que todos somos lo mismo, seres humanos jugando al mismo juego, el gran «juego de la vida».