Después de estudiar diversas teorías, de haber analizado distintos puntos de vista y de haber trabajado con muchas personas en consulta, he llegado a la conclusión de que el hombre tiene, de inicio, una naturaleza buena y es el aprendizaje el que altera esta naturaleza volviéndola dañina. Uno de los factores que influyen de manera más notable en este cambio de conducta es la fijación en seguir creencias y valores que ensalzan el individualismo sin tener en cuenta a los demás.

Cuando converso sobre este tema, es habitual que surja en el debate la capacidad del ser humano de cometer las mayores monstruosidades, y al hacerlo, simpre pienso en dos figuras históricas tan distintas como Hitler y Teresa de Calcuta. Pienso cómo fueron sus primeros minutos de vida tras el parto y me pregunto cuál fue el elemento que los hizo tan distintos entre sí —Aparte, claro está, de las mujeres que les dieron a luz, del lugar de nacimiento, de las personas que asistieron en al parto y de algunos otros datos menores—. Y por mucho que lo intento, no encuentro diferencias que justifiquen que sus vidas tomaran rumbos tan diametralmente opuestos. La única explicación que me satisface es que los comportamientos que ambos terminarían adoptando vinieron determinados por aquello que aprendieron desde que nacieron hasta que se hicieron adultos.

Grupo de voluntarios trabajando

El trabajo en consulta es una oportunidad inmejorable para descubrir las grandezas y miserias del ser humano y me ha dado la oportunidad de entrever nuestra naturaleza bondadosa. En muchas ocasiones he comprobado cómo aparecen la verguenza, la culpa o, incluso, el llanto cuando alguien toma conciencia del daño que ha causado su comportamiento en otras personas. Cuando la gente es consciente de que los efectos de sus conductas son perjudiciales para otros, suelen detener o cambiar esa manera de actuar.

Entiendo la ética como ese impulso que nos ayuda a buscar el mayor bien en general: para mí, para ti y para el resto de personas, así como para el entorno en el que vivimos. Incluyo el entorno o el ambiente dentro de la ética porque el contexto es muy importante. En la disciplina psicológica que yo sigo, la PNL —Programación Neuro Lingüística—, se realiza un ejercicio dentro de lo que ellos llaman «las posiciones perceptivas», que ayuda a acercarnos a esta visión de conjunto. Se trata de recordar una experiencia en la que tuviéramos alguna dificultad con alguien y volver a situarnos en ella, es decir, revivirla mentalmente para ver, oír y sentir de nuevo lo que experimentamos en aquella ocasión. La idea es conseguir centrar la atención en lo que se te pasaba por la cabeza en aquel momento. Acto seguido, debemos vivir la experiencia desde el otro lado, poniéndonos en la piel de la otra persona, para tratar de ver, oír y sentir lo que ella experimentó en esa misma situación y así, tratar de recomponer lo que ella debió pensar. Por último, debemos recrear la experiencia una tercera vez desde la perspectiva del contexto, es decir, visualizando la acción de ambos puntos de vista a la vez, como si estuviéramos en una sala de cine en la que proyectaran la película de dicha experiencia. Es muy probable que no llegemos a emular la vivencia de la otra persona, pero el simple hecho de plantearse cómo lo pudo haber vivido nos aportará una información muy valiosa que nos ayudará a tomar buenas decisiones.

Mujeres discutiendo

La PNL dice que cuando se actúa considerando a la otra persona y al ambiente en el cual tiene lugar la acción, se está teniendo un comportamiento ecológico. Es muy curioso observar los cambios que genera esta sencilla manera de proceder en las personas. Trabajando en mi propio desarrollo interno llegó un momento en el que tuve que afrontar los efectos perjudiciales que había causado a otras personas. No fue plato de buen gusto darme cuenta de que, en muchas ocasiones, mi comportamiento sólo había sido beneficioso para mí. Tengo claro que, sabiendo lo que sé ahora, hoy me comportaría de una manera completamente distinta, lo que me lleva a preguntarme cómo cambiaría la sociedad si enseñáramos a los más pequeños a tomar decisiones contando con estos tres elementos: el yo, el resto de personas y el ambiente.

Es cierto que no siempre es posible saber el efecto que pueden causar nuestras palabras o comportamientos en el resto de la gente. Es más, puede haber ocasiones en las que se haga algo con la intención de ayudar y que el resultado sea el contrario. Pero esta circunstancia no es excusa para dejar de llevar un comportamiento ecológico. En estos casos uno debe asumir su responsabilidad y tratar de aclarar lo ocurrido. De este modo aprenderemos algo más sobre nosotros mismos, sobre la otra persona y sobre el contexto para volvernos un poquito más sabios.

Actuar de forma ecológica te da poder y control, porque si eres consciente de que puedes causar un efecto —positivo o negativo—, significa que tienes autoridad sobre tus acciones. Los pensamientos del tipo: «no tenía otro remedio», «tú me obligaste a actuar así» o «yo no he sido» no nos ayudan porque alejan nuestra posibilidad de decidir sobre nuestras propias vidas, no son más que justificaciones que pretenden ubicar la resposabilidad de lo ocurrido en un elemento exterior. Para ser completamente libres, debemos situar la ética, entendida como una visión de conjunto madura y responsable, en lo más alto de nuestra cadena de pensamiento, para pensar primero y actuar después, y así construir un futuro mejor entre todos y para todos.