Imagina por un momento que un día despiertas en la orilla de una playa, con tus ropas mojadas por la marea y el rumor de las olas como único sonido a tu alrededor. Recuerdas la tormenta de la noche anterior y el hundimiento de tu barco. Eres un náufrago recién llegado a una isla desierta. El mundo que te rodea es una absoluta incógnita y se reduce a lo que percibes con tus sentidos. Desconoces si la isla en la que te encuentras es grande o pequeña, si dispone de alimentos o de agua potable. No sabes si realmente estás solo o si, por el contrario, existe alguna aldea en la que poder buscar ayuda y un medio para volver a tu hogar. Tienes demasiadas preguntas sin respuestas y te propones aclarar tus dudas lo antes posible, así que comienzas a explorar cada rincón de tu entorno y a dejarlo plasmado en un mapa.
Ese mapa te hace la vida más fácil. Te indica, por ejemplo, el lugar exacto en el que puedes encontrar la fruta que tanto te gusta y el camino más rápido para llegar a ella; te dice dónde está la cueva que te sirve de refugio cuando llueve o las zonas peligrosas que hay que evitar. Se convierte en la mejor herramienta para asegurar tu supervivencia y cumplir tus necesidades y deseos. Con el paso del tiempo, tu experiencia sobre el terreno será tan sólida que habrás interiorizado cada detalle importante y podrás prescindir del trozo de papel en el que habías plasmado todos tus descubrimientos.
Algo muy parecido sucede cuando nacemos. Al venir al mundo lo hacemos con una mente vacía, una página en blanco que necesitamos rellenar para comprender el mundo que nos rodea. No disponemos de datos, tampoco de información alguna, no tenemos habilidades o actitudes, no creemos en nada —ni bueno, ni malo—, no poseemos prejuicios ni orgullo, no sentimos odio, ansiedad o estrés.
Para rellenar esa página en blanco recurrimos a los sentidos. Toda la información que nos aportan nos sirve para elaborar un mapa que nos permite situarnos en el mundo y relacionarnos con él. Construimos una representación del área específica en la que nos movemos y de los elementos que hay en ella; un modelo esquemático, de una realidad más compleja, que es completamente subjetivo y personal porque depende de las experiencias que vamos adquiriendo a medida que nos relacionamos con nuestro entorno.

Por ejemplo, si te pido que pienses en una silla inmediatamente aparecerá en tu mente la imagen de una y hasta es posible que venga acompañada de alguna sensación —lo agradable que resulta usarla cuando estás cansado—. Pero al nacer no tenías ni idea de lo que era una silla, para comprender lo que era tuviste que crear una representación de ella en tu mente —esa imagen y esas sensaciones que has evocado cuando te he pedido que pienses en ella— y añadirle un significado —es un mueble que sirve para sentarse—. Una vez que has creado la representación mental de la «silla» puedes hablar sobre ella con cualquier persona que también tenga esa representación mental. Sin embargo, cada uno tendrá una imagen mental distinta del objeto —color, tamaño, valoración positiva o negativa de los materiales con los que está hecha, etc.— que dependerá de la relación que haya tenido con el mueble.
La creación de estos mapas, al igual que sucede con la elaboración de cualquier otro tipo de representación, ya sea un mapa de carreteras, de ferrocarriles, una teoría del infinito o un modelo subjetivo de la realidad, siempre se desarrolla de la misma manera, siguiendo tres pasos claramente diferenciados: la fase de detalle, la de extensión y la de conexión.
En la fase de detalle nos centramos en valorar la cantidad de información que es necesaria para que podamos reconocer un elemento. Trae a tu mente cualquier mapa de carreteras y te darás cuenta de la cantidad de datos que omite. Por poner sólo un ejemplo piensa en el icono del surtidor que se utiliza para representar la presencia de una gasolinera, siempre es el mismo sin importar el tamaño que tenga la estación de servicio o la empresa que la gestione. Las representaciones sólo incluyen los aspectos que nos resultan más importantes, por su utilidad o su relevancia. Esta criba de información resulta necesaria porque una representación que incluyera cada detalle no sería útil. Imagina por un momento qué pasaría si la representación que tienes de tu madre incluyera el número exacto de pelos que posee en la melena, cada vez que la miraras deberías contarlos para saber si realmente se trata de ella o no.

El segundo paso del proceso de creación de representaciones tiene que ver con la extensión. Cuando elaboramos un modelo lo hacemos ciñéndonos a un espacio acotado, es decir, nos fijamos unos límites decidiendo hasta dónde vamos a llegar en nuestro análisis de los detalles de ese modelo. Si seguimos con el ejemplo del mapa nos daremos cuenta de que existen planos de distintas extensiones: locales, regionales, provinciales, nacionales, etc. y dependiendo del tipo que sea hallaremos un tipo de información u otra. De este modo, nunca encontraremos la ubicación de los parques de una determinada localidad en un mapa de carreteras de ámbito nacional. Cuando el mapa mental lo realizamos sobre un objeto o una persona, establecemos los límites en ese objeto o esa persona, por ejemplo, nuestro modelo de «madre» incluye todas las características que hemos observado en ella y ninguna de las que hemos percibido en el tío Manolo o en el frutero de la esquina.
La última fase del proceso es la conexión. En ella relacionamos los datos que hemos destacado como importantes en la fase de detalle, siempre y cuando se encuentren dentro de la extensión que hayamos establecido en la segunda fase. Este proceso es el que resulta más subjetivo porque para realizar estas conexiones recurrimos a nuestra manera de entender la causalidad, las equivalencias o las inferencias. Por esta razón las conexiones que establecemos siempre serán imprecisas y nunca reflejarán fielmente las conexiones que tengan lugar en el mundo real. Por ejemplo, nuestro mapa de «madre» nos indica que si queremos mantener un buen ambiente en la casa no debemos pedirle que nos prepare nuestra comida favorita los días que está de mal humor.
Comprender el proceso de creación de mapas mentales resulta vital porque, al analizarlo, nos damos cuenta de que no están diseñados para que asimilemos la realidad tal cual es. Su enfoque es meramente aproximativo, sólo nos sirven para comprender el mundo que nos rodea y para que podamos manejarnos con soltura por él. Las representaciones únicamente nos ayudan a realizar una construcción teórica y artificial de la realidad. Si tenemos esto en cuenta llegaremos a una revelación sorprendente: cada vez que interactuamos con el mundo lo hacemos influenciados por los filtros que tenemos configurados en nuestros mapas mentales, o dicho de otra manera, nuestras representaciones de la realidad no son la realidad y, por lo tanto, nadie puede presumir de estar en posesión de la verdad absoluta. Si te ha resultado interesante esta idea puedes leer nuestro artículo «Caleidoscopio de realidades» en el que la tratamos con más detalle.
Por esta razón la valoración de un mapa mental nunca se debe realizar en términos de correcto o incorrecto, de verdadero o de falso, puesto que, como hemos visto, todos son incorrectos al no reflejar fielmente la realidad. La valoración de un mapa mental hay que establecerla según su utilidad. ¿El mapa mental que he diseñado para llegar al supermercado me lleva por el camino más corto y evito los atascos? Sí, entonces es útil. ¿El mapa mental de mi trabajo me ayuda a elegir la mejor manera de comportarme en la oficina y me permite generar un ambiente agradable con mis compañeros? No, entonces no me sirve. ¿El mapa mental de mi madre hace posible que la reconozca al instante y me permite tener una buena relación con ella? Sí, entonces es eficaz.
Los mapas mentales son unas herramientas muy poderosas. Sin ellos nuestra relación con el mundo que nos rodea resultaría infinitamente más complicada. Quizá por esta razón confiamos demasiado en ellos y tendemos a ignorar el hecho de que no son perfectos. Sin embargo, es preciso ampliar y actualizar la información que da forma a estas herramientas para intentar que nuestra visión de la realidad, y los sentimientos que en nosotros despierta, sean los más acertados posibles. No permitas que los filtros de tus mapas mentales decidan en tu lugar.
Cada vez que miramos raro a otra persona por su manera de vestir y la tachamos de excéntrica, es preciso darse cuenta de que no estamos comprendiendo el mapa del mundo de esa persona. No debemos caer en el error de asumir que nuestro mapa es el verdadero porque ninguno lo es. Piensa que si al naufragar hubiéramos acabado en otra isla, nuestra indumentaria podría ser idéntica a la suya.