Uno de los aspectos que me parecen más relevantes para que una persona pueda disfrutar de una vida cargada de satisfacción es que sea capaz de diferenciar entre su idea del mundo y el mundo en sí mismo. Confundir pensamiento y realidad es una de las mayores fuentes de frustración para el ser humano y, a la larga, acarrea un gran número de problemas.

Lo primero que debemos tener muy claro es que el universo mental y el universo físico son dos entidades completamente distintas. El primer universo, el «mapa», es absolutamente personal y sólo existe dentro de nuestra cabeza. El segundo, el «territorio», lo compartimos con el resto de seres que habitan a nuestro alrededor. En el artículo «Los mapas mentales o por qué no existen las verdades absolutas» tratábamos otros matices de este mismo tema.

A muchos les parecerá excesiva la necesidad de remarcar que ambos universos son distintos. Sin embargo, esta separación no es tan obvia y en demasiadas ocasiones se nos olvida diferenciarlos. Al hacerlo tendemos a actuar sobre un escenario incierto constituido por la suma de ambos. Seguro que más de una vez hemos ido con pies de plomo a hablar con alguien porque pensábamos que estaba enfadado con nosotros. Tras charlar con él nos hemos dado cuenta de que, lo que realmente sucedía, era que estaba preocupado por otros temas ajenos a nuestra persona. En este caso, la interpretación de lo que estaba pasando —que estaban enfadados con nosotros— condicionó nuestra manera de actuar.

Nuestra tendencia a solapar el universo mental y el universo físico tiene una causa bien definida: pensamiento y realidad están íntimamente relacionados y se influyen constantemente el uno al otro. Podemos alterar el universo físico cuando actuamos sobre él o cuando interactuamos con otras personas o animales. También sucede al contrario, a través de nuestros sentidos somos capaces de recoger información de nuestro entorno para representarlo en nuestra mente. Luego, a partir de estos pensamientos, experimentamos aprendizajes o cambios en nuestro estado emocional o de conciencia.

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Dos estrategias para disfrutar de una vida plena

En esta relación tan íntima radica la importancia de diferenciar ambos universos. Sabiendo que nuestro bienestar se encuentra en un punto medio entre ambos, podemos valorar qué cambios podemos realizar en cualquiera de ellos para lograr una vida más plena.

Modificar el universo físico

La primera estrategia que podemos adoptar de cara a lograr una vida más satisfactoria es materializar nuestras ideas. Modificar el universo físico y hacerlo más parecido a nuestra imagen mental, es decir, actuar sobre la realidad y adaptarla a nuestro pensamiento.

Este proceso comenzaría conociendo «lo que queremos», seguiría sabiendo «cómo lo hacemos posible» y, una vez materializada la idea —concluído el proceso del «hacer»—, cumpliríamos nuestro propósito de «tener» físicamente aquello que habíamos pensado.

Lo explico con un ejemplo. Imagina que llegamos a casa con unas ganas tremendas de tomarnos un café. En este ejemplo la taza de café es «lo que queremos», la preparación se correspondería con el «cómo lo hacemos posible» —saber qué ingredientes necesitamos y en qué proporciones, además de qué utensilios vamos a utilizar para prepararlo—. Con esto claro en mente, pasaríamos a preparar el café que sería el «hacer» y, cuando éste estuviera terminado, habríamos conseguido el «tener», es decir, habríamos dado forma física a nuestro pensamiento. Al final del proceso logramos poner en consonancia el «mapa» —el deseo de una taza de café— y el «territorio»  —el café humeante en nuestra mano—, es decir, conseguimos equiparar el universo mental y el universo físico.

Sin embargo, hay ocasiones en las que nos resulta muy difícil modificar el universo físico: querer una casa más grande pero no disponer del capital para comprarla, desear que otra persona nos ame, ser oro olímpico en alguna disciplina deportiva, etc. ¿Qué sucede cuando no sabemos cómo moldear el universo físico a nuestro antojo o nos faltan las herramientas para hacerlo? 

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Adaptar nuestro universo mental

En los casos en los que no podemos amoldar el universo físico a nuestro universo mental aún tenemos la posibilidad de desarrollar una segunda estrategia. Un segundo enfoque que pasa por ajustar nuestros deseos para que se adapten a la realidad que nos viene impuesta.

Seguro que conoces a alguien que se siente molesto porque no está agusto en el lugar en el que reside. Una inquietud que tiene su origen en el hecho de que su vivienda y la casa en la que siempre se ha imaginado no se parecen —debería ser más luminosa, tener más habitaciones o poseer una terraza más grande—. Si la realidad se correspondiera con aquello que había imaginado, si «territorio» y «mapa» coincidieran, esta persona no se sentiría ni molesta ni frustrada con la situación.

Cuando nos damos cuenta de que cambiar de casa no es una opción viable a corto plazo, debemos adaptar nuestro universo mental para que tienda a acercarse al universo físico. Para ello debemos realizar cambios en nuestra manera de pensar que nos permitan cubrir las necesidades que nos hacen desear una casa más grande. Por ejemplo, si nuestra vivienda nos parece oscura podemos pintar las paredes de blanco y decorarla en tonos claros. Si lo que queremos es una habitación adicional para disponer de más espacio para nuestras cosas, podemos distribuir nuevos muebles de almacenaje por la casa que me permitan tenerlo todo mucho más ordenado. Si deseamos una terraza más grande para poder disfrutar de los atardeceres al fresco, podemos establecer la costumbre de realizar un pequeño picnic cada tarde en el parque o en la playa.

Aprender a diferenciar entre lo que pensamos y lo que realmente sucede a nuestro alrededor, es decir, distinguir entre el «mapa» —nuestro universo mental— y el «territorio» —el universo físico—, resulta de vital importancia. Si no lo hacemos ponemos en riesgo nuestra felicidad, que sólo florece si ambos universos se encuentran en equilibrio. De nuestra capacidad para valorar cuando es preciso adaptar nuestro pensamiento o cuando debemos modificar la realidad depende en gran medida que disfrutemos de una vida plena. Sería una pena dejar de asomarnos a nuestra ventana para disfrutar del atardecer con una buena taza de café en la mano sólo porque no disponemos de una terraza en la que sentarnos. ¿No te parece?

Kenneth Iversjo Diaz
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