La mente es una «maquinaria» que se pone en marcha nada más nacer. Crece con nuestras vivencias y aprende de las personas que forman parte de nuestro entorno: padres, familiares, amigos, etc. Con todas estas experiencias desarrollamos el modelo que utilizamos para saber qué es la vida y cómo tenemos que vivirla.

Esta manera de entender el mundo y la actitud que debemos tomar para enfrentarnos a los problemas que surgen a nuestro alrededor se graban a fuego en lo más profundo de nuestro ser. Lo interiorizamos de tal manera que, en la mayoría de los casos, las respuestas que generamos a cualquier problema son automáticas e irreflexivas. Un hecho que resulta sumamente peligroso para nuestro desarrollo interior porque nos impide tomar decisiones en completa libertad y nos convierte en prisioneros de nuestra propia mente.

Si la vida no nos presenta obstáculos lo suficientemente incómodos o estimulantes que nos obliguen a actualizar los aprendizajes que nuestra mente ya ha catalogado como válidos, podemos vivir de forma automática e irreflexiva hasta el final de nuestros días. Si no se da esta circunstancia —o mientras que no se dé— nuestra existencia transcurre en un estado de continua somnolencia. Vivir de esta manera es vivir sólo a medias, semiconscientes, ya que dejamos nuestras decisiones en manos de nuestra mente y de sus caprichosos designios.

¿Por qué decimos que vivir así es sólo vivir a medias? Porque las respuestas derivadas de un aprendizaje automatizado se ponen en marcha mecánicamente, es decir, sin nuestro consentimiento ni nuestra decisión voluntaria.

Pondré un ejemplo. Imagina a un padre que, con la mejor de sus intenciones, enseña a su hijo que para ganarse la vida y ser un hombre de provecho hay que trabajar muy duro. El hijo aprende perfectamente la lección e interioriza esta creencia, la cual va a marcar su vida a partir de ese momento. Cuando crezca, forme una familia y tenga sus propios hijos, será un hombre que trabajará día y noche para «ganarse la vida». Su mujer y sus hijos le demandarán pasar más tiempo juntos, pero se verá incapaz de satisfacer su petición porque su voz interior lo impulsará a seguir dedicando todo el tiempo posible a ser un «hombre de provecho». Nuestro protagonista tiene la creencia tan interiorizada que no puede encontrar la manera de conjugar su esfera familiar y laboral.

Hombre trabajando desde casa

Este ejemplo nos muestra lo importante que resulta ponerle las riendas a nuestra mente. Si no lo hacemos ésta actuará como un caballo desbocado que nos llevará adonde quiera en vez de al lugar al que nosotros deseamos ir.

La importancia de gestionar nuestra mente radica en la cantidad de procesos en los que participa. En el ejemplo anterior hemos mencionado las creencias, pero hay muchas otras áreas en las cuales interviene. Por ejemplo, también se encarga de establecer las representaciones mentales que constituyen nuestro «mapa de la realidad», al cual recurrimos a diario para manejarnos en la vida. «¿Quién soy?», «¿qué soy?», «¿qué es correcto y qué incorrecto?» o «¿cómo hay que comportarse?» son sólo algunas de las preguntas que nuestra mente ya ha respondido por nosotros.

Por ejemplo, piensa en alguien que tiene asumido que su respuesta a «¿qué soy?» es «soy una buena persona». Este individuo se comportará siempre como marcan los cánones, será educado y respetuoso aun cuando le falten al respeto porque le enseñaron que, ante todo, un hombre es un caballero en cualquier situación. Estudiará una carrera porque le dijeron que esa era la única manera de tener un buen trabajo. Cuando termine los estudios se casará con su novia de siempre porque es lo que corresponde. Lo hará por el rito católico, aunque a él no le haga mucha ilusión y ninguno de los dos sea practicante, porque su novia sueña con recorrer el pasillo central de la iglesia del brazo de su padre. Al cabo de un tiempo tendrá hijos porque es «lo que toca», tras todas las preguntas de sus padres y amigos al respecto.

Hombre agobiado

Esa persona verá pasar su vida y se estremecerá viendo cómo se le escapa entre los dedos. Aunque haya conseguido todas las metas que se ha propuesto, no puede evitar sentir vértigo y un gran vacío interior. Y lo peor es que la gente de su alrededor no para de decirle que lo tiene todo para ser feliz.

El ejemplo anterior nos muestra cómo nuestro protagonista se ve impulsado a seguir los caminos dictados por sus creencias, sus valores y su sentido de la identidad. Como es «buena persona» las respuestas que ha podido dar se han visto reducidas. Al final, sólo ha podido comportarse de la manera que lo ha hecho. Siguió a pies juntillas los pasos que le habían enseñado: estudiar, casarse, tener hijos, etc. Hizo todo lo que tenía que hacer para ser feliz y, sin embargo, se siente vacío y desanimado, ¿a qué se debe?

La respuesta es tan sencilla como sobrecogedora: nuestro protagonista se ha convertido en prisionero de su propia mente. Aquella que debería estar a su servicio, se ha hecho más grande que él mismo y se ha vuelto su dueña. Como no disponía de herramientas para controlar sus pensamientos y gestionar las respuestas automáticas que ofrecían sus creencias, sus valores y su sentido de la identidad, ha perdido las opciones de elegir su propio camino.

Si deseamos ampliar nuestra libertad, nuestra serenidad y nuestra paz interior, debemos ser capaces de desarrollar mecanismos que nos permitan gestionar nuestra «maquinaria mental». Recuerda, la mente es como una montura, te puede llevar tan lejos como quieras siempre que esté domada y viajes sobre su grupa.