Para empezar el artículo me gustaría hablar de la autoestima. Si analizamos la composición de la palabra podemos vislumbrar que una posible definición de auto-estima sería: «el propio valor que nos concedemos a nosotros mismos». Y yo me pregunto y os pregunto a qué se refiere la definición con «nosotros mismos». Muchas filosofías han intentado definir este concepto, dando multitud de opciones más o menos acertadas y con más o menos utilidad.

Hay dos preguntas que suelo hacer a las personas que llegan a mi consulta: «¿qué eres tú?» y «¿quién eres tú?». Normalmente confundimos una pregunta con otra ya que la gente suele responder a la segunda pregunta con un «qué soy yo» más que con un «quién». La primera pregunta hace referencia a un objeto o una cosa y la segunda se refiere a una identidad. La diferencia puede parecer sutil pero es más importante de lo que aparenta. 

Misma persona interpretando distintos roles.

Cuando nacemos no tenemos una personalidad desarrollada, nuestro sentido de identidad se extiende más allá de nuestra persona abarcando a nuestra madre, nuestro padre, nuestros hermanos y demás personas de nuestro alrededor. Conforme vamos creciendo y vamos teniendo experiencias en la vida, aprendemos que hay una diferencia entre los demás y nosotros, que yo soy una persona con una serie de características que me definen, es decir, vamos creando un personaje, un rol con una personalidad determinada, con el que jugamos al juego de la vida.

Normalmente estamos tan identificados con ese personaje que cuando yo pregunto a alguien «¿quién eres tú?» suele responder cosas como «yo soy fontanero», «soy padre», «soy mujer», «soy un tío simpático»… Si nos paramos a analizar estas respuestas, nos damos cuenta de que responden más a la pregunta «¿qué eres tú?» que a la pregunta de «¿quién eres tú?». Una persona menos confusa respondería a la pregunta con su nombre: «soy Pepe», «soy Ana» o «soy Manolo». Esta respuesta no sería errónea en el juego diario de la vida, pero la pregunta «¿quién eres tú?» quiere indagar sobre algo más profundo. Si la persona responde con su nombre lo único que me está diciendo es la etiqueta con la cual le han nombrado sus padres. Trataré de explicarme de una manera más clara. El nombre que nos han puesto nuestros padres es la etiqueta que identifica el personaje que se ha ido construyendo desde que nacimos. Este personaje, que quizás mientras lees estas palabras crees que eres tú mismo, va creciendo y aprendiendo según se va desarrollando el cuerpo físico. Vamos asimilando nuestra identidad biológica, «soy un niño o una niña», «soy alto-bajo, gordo -flaco o rubio -moreno». Vamos creando nuestra personalidad, «soy simpático-borde, gracioso-serio, bondadoso-desagradable», etc.

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Presta atención a lo que escribo ahora pues es una de las ideas centrales de lo que quiero transmitir con este artículo: el personaje con el cual nos identificamos no es más que un cuerpo y una personalidad basada en creencias. Y ahora va la segunda idea central: la autoestima son juicios de valor sobre este personaje. Parece evidente ¿verdad?, te hablaré sobre mi experiencia para darle vida a estas palabras.

Cuando tuve el accidente con el que me quedé tetrapléjico, mi mundo se hundió a mi alrededor. Pensé y sentí que todo había acabado, que lo había echado todo a perder. ¡Sentí que era el fin! Conforme fui adaptándome a la nueva situación fui aprendiendo nuevas formas de entender las cosas, nuevos puntos de vista sobre la vida. Aún así no dejaba de sentirme muy mal conmigo mismo, tenía la autoestima por los suelos. Y un día eso comenzó a cambiar, ese día vino a visitarme un amigo que me estaba ayudando mucho a superar la situación tan compleja que vivía. Después de escucharme hablar un rato me hizo una pregunta simple pero compleja para mí en aquel momento, me dijo: «¿Quién eres tú?». Me dejó muy sorprendido, pues no le veía ningún sentido a que me hiciera una pregunta tan evidente y tan fuera de lugar. Él fue guiándome poco a poco para que comprendiera el ejercicio y después de un rato de trabajo y de mucha confusión respondí: «¿Que quién soy yo? Yo soy YO, simplemente YO «. En ese momento sentí una paz interna y una serenidad que nunca había experimentado. Comprendí y sentí que yo no era mi cuerpo tetrapléjico, ni tampoco todas las creencias virtuales que formaban mi personalidad, era «algo más» que no se puede describir con palabras y que está más allá del mundo físico y de todo pensamiento. Ese «algo más» que las religiones han llamado espíritu o alma y que la física cuántica llama el observador. Esta experiencia ha marcado mi existencia. Desde ese instante ya no soy más un cuerpo físico sino que tengo un cuerpo físico, ya no soy más una personalidad sino que tengo una personalidad, y esto es tremendamente importante, lo sé porque lo he experimentado en «mis carnes». Espero haberme expresado claramente y haberte acercado a la grandiosa experiencia de ser «algo más» que ese personaje con el que juegas al juego de la vida.