Hoy quisiera hablaros sobre la comodidad y la incomodidad. Me gustaría hacerlo en un amplio sentido, es decir, sin limitar estas dos sensaciones exclusivamente al plano físico y emplearlas para etiquetar cualquier experiencia, conducta o emoción.
Por ejemplo, podríamos decir que el proceso de aprendizaje de una nueva habilidad es incómodo, mientras que poner en práctica esa misma habilidad, una vez la has aprendido y asimilado, resulta cómodo. Otros ejemplos de incomodidad podrían ser la que se experimenta cuando un amigo nos llama la atención sobre nuestro comportamiento o una emoción de rabia, de ira o de miedo. Todos estos ejemplos me ayudan a orientar la mirada hacia el tipo de pensamiento sobre el que quiero hablar.
El proceso de búsqueda de los estados de comodidad e incomodidad es algo natural y necesario. Pasamos toda la vida alternando entre uno y otro: si volvemos a casa cansados después de una dura jornada laboral —sentimiento de incomodidad—, nos tiraremos en el sofá buscando descansar —sentimiento de comodidad—, una vez nos hayamos recuperado, el cuerpo nos pedirá algo de acción —sentimiento de incomodidad—, y así sucesivamente.
Sin embargo, resulta desalentador darse cuenta de que la cultura en la que vivimos intenta negar o, cuanto menos, alejarnos de uno de los dos aspectos —el sentimiento de incomodidad—, mientras promueve un culto desmesurado hacia todo lo que considera agradable. No nos damos cuenta de que despreciar la incomodidad puede resultar muy perjudicial, ya que nuestra mente necesita ambos estados. ¿Cómo nos daríamos cuenta sino de que tenemos que cambiar algo en nuestra vida? ¿Cómo sabríamos hacia dónde encaminar nuestros pasos si desconocemos los lugares que nos desagradan? Tan importante es saber lo que se quiere o nos gusta como lo que no, o dicho con otras palabras, tan importante es lo cómodo como lo incómodo. Seamos conscientes o no, la sensación de incomodidad es una de las fuentes de motivación más grande que tenemos. Piensa en cómo te sentirías si llevaras mucho tiempo desempeñando el mismo trabajo rutinario, lo más probable es que notaras que necesitas un cambio —sentimiento de incomodidad—, lo que te empujaría a buscar una nueva ocupación en la cual te encontraras más a gusto —sentimiento de comodidad—.

Es muy habitual escuchar a la gente hablar de emociones o experiencias «positivas» o «negativas». Sin embargo, sería mucho más útil calificarlas como «agradables» o «desagradables» o, quizá, «cómodas» o «incómodas», ya que, al etiquetar una emoción o una experiencia como negativa, tendemos a generar una sensación de rechazo hacia ella, hasta el punto de que intentaremos evitarla o, cuanto menos, alejarla de nuestras vidas. Pero, ¿por qué no deberíamos apartar aquello que nos disgusta?
Para entender mejor por qué resulta útil cualquier tipo de experiencia, incluídas las desagradables, es necesario comenzar a verlas como fuentes de información sobre nosotros mismos. Desde el momento en que establecemos este cambio de paradigma e interpretamos los sentimientos como elementos enriquecedores, cualquier experiencia nos resulta de utilidad. Trataré de explicarme con mayor claridad. Si somos capaces de extraer toda la información de cualquier experiencia, podremos realizar juicios de calidad, es decir, evaluaciones de la situación que nos resulten útiles para enriquecernos y seguir creciendo como personas. De ahí la importancia de etiquetar las experiencias como «cómodas» o «incómodas», de este modo reducimos el grado de rechazo hacia las situaciones desagradables, pertimiéndonos analizarlas para sacarles partido.
¿Qué sucede si mi hija pequeña no para de reclamar mi atención mientras trabajo frente al ordenador y aumenta cada vez más el volumen de su demanda porque no le hago caso? Puedo girar mi silla y, muy enfadado, levantarle la voz para que se calle explicándole una vez más que no puedo atenderla porque estoy con algo importante. O, quizás, puedo girar mi silla, mirarla a los ojos y escucharla con atención para demostrar que me importa. Así ella se sentirá atendida y yo podré seguir trabajando. Entre estas dos opciones sólo la segunda, aquella en la que se analiza la situación y se gestiona correctamente el sentimiento de incomodidad, resulta de utilidad para satisfacer las necesidades de ambos.

Pensemos, por ejemplo, lo que sucede en el ámbito del conocimiento cuando nos salimos de aquellas áreas del saber que dominamos y en las que nos sentimos seguros y confortables. Cuando nos adentramos en territorio desconocido y comenzamos el aprendizaje de una nueva disciplina, deporte o actividad, suele surgir una sensación incómoda bastante desagradable. Es habitual que, en estos casos, aparezcan pensamientos del tipo: «esto no es lo mío», «yo no valgo para esto» o «en realidad, no necesito saber sobre esto». Unos mensajes con los que nos convencemos para abandonar el nuevo proyecto que tanta incomodidad nos provoca y volver a nuestra parcela de confort habitual, eso sí, perdiendo todo el aprendizaje que hubiéramos podido obtener si hubiéramos seguido adelante. Sin embargo, no nos damos cuenta de que afrontando la incomodidad inicial y desarrollando esa nueva área de conocimiento, vamos a conseguir ampliar nuestra zona de confort.
Resulta inquietante observar cómo hay tantísima gente que deambula somnolienta por la vida, saltando de una emoción a otra, limitándose a reaccionar sin control ante las situaciones que se les presentan. Estas personas llevan una existencia sesgada, una vida a la que no son capaces de sacarle todo el jugo. Para que nuestro paso por este mundo sea pleno es muy útil despertar la conciencia sobre los sentimientos de comodidad y de incomodidad. Si aprendemos a manejarlos con cierto grado de soltura podremos aumentar la sensación de que cada día que hemos vivido ha merecido la pena.
Muchas y muchos dirán que lo que propongo es una utopía imposible de llevar a cabo, que no merece la pena cambiar la forma habitual de pensar ni enfrentarse a lo desconocido, que resulta mucho más gratificante permanecer en la zona de confort. Sin embargo, yo prefiero pensar que hay otra opción, la que nos brinda la oportunidad de mejorar nuestras vidas en el sentido que deseamos, una en la que crecemos y nos enriquecemos indefinidamente, ampliando nuestra zona de confort de manera constante, una filosofía que un maestro mío definía como «la vida cómodamente incómoda». ¿Te animas a intentarlo?