Todo el mundo conoce a alguien —un vecino, un amigo o un familiar más o menos cercano— que no para de quejarse de lo mal que le trata la vida. Estas personas están tan abrumadas por las dificultades que no comprenden que el problema no es externo, sino interno. No se dan cuenta de que las contrariedades que los angustian están ocasionadas por ciertas conductas autodestructivas que tienen y que, por tanto, la solución a su situación depende por completo de ellos.

Para disfrutar de una buena vida, tan importante es saber lo que debemos hacer como los comportamientos que debemos evitar a toda costa. Si somos capaces de identificarlos, podremos trabajar activamente para cambiarlos y, de este modo, propiciar otras actitudes que nos proporcionen una existencia más armónica y placentera. Veamos cuáles son los comportamientos que más daño nos hacen.

Traicionarse a uno mismo

Hay mucha gente que, de manera inconsciente, modifica su manera de actuar para que se adapte a los gustos y los deseos de las personas que los rodean. Comportándose de esta manera evitan discutir con sus padres, con su pareja o con el vecino del quinto. Pero, a la larga, esta forma de ser acarrea muchos conflictos. Nos acaba convirtiendo en la marioneta que todo el mundo maneja a su antojo, y terminamos siendo lo que otros esperan que seamos y no lo que somos. Tras un largo proceso cargado de inseguridad, de frustraciones y de traicionarse a uno mismo, llegamos a sentirnos muertos por dentro porque actuando de esta manera sólo conseguimos negarnos a nosotros mismos.
Para evitar traicionarnos hay que ser uno mismo, aprender a escucharnos. Es muy importante que tomemos consciencia de las dificultades que nos ocasiona nuestra manera de actuar y que tratemos de gestionar esos conflictos lo mejor posible.

Practicar la Anulación-Invalidación

Del mismo modo que las personas que se traicionan a sí mismas no son felices, aquéllas que intentan imponer su manera de pensar tampoco lo son. Los individuos que creen que sus convicciones constituyen la única realidad existente, tienden a aplicar la dinámica de la anulación-invalidación con la gente que les rodea. Como se creen en posesión de la verdad absoluta, establecen que todos los que no opinan como ellos están equivocados. Para corregir este «problema» imponen su criterio sobre las personas que están «equivocadas» y las guían «por el buen camino». Sin embargo, esta actitud provoca una sensación de rechazo hacia ellos. La gente a la que intentan influenciar siente que no se le permite ser como es y se revela, deja de compartir su tiempo con ellos y termina alejándolos de su vida. Al final, estas personas se ven abocados a una existencia solitaria y cargada de dificultades porque nadie los quiere ayudar.
Tal y como hablábamos en nuestros artículos “Los mapas mentales o por qué no existen las verdades absolutas” o “Caleidoscopio de realidades”, nadie puede afirmar categóricamente que está en posesión de la verdad porque en el mundo coexisten tantas realidades como personas lo habitan. Para dejar atrás esta conducta autodestructiva y generar armonía en nuestro entorno debemos ser flexibles con nuestras creencias, tener el valor y el criterio para cuestionar nuestros puntos de vista, y permitir a los demás disfrutar de los suyos.

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Creer en el «felices para siempre»

Nos encanta hacer caso al «felices para siempre» que predica Disney. Nos hemos creído que entre nosotros y la felicidad sólo existe un pequeño obstáculo: un móvil de última generación, una futura relación que nos haga suspirar de amor o terminar la carrera universitaria que estamos cursando para conseguir el trabajo de nuestros sueños. Estamos convencidos de que cuando tengamos el último móvil del mercado, nuestra siguiente pareja o nuestro título superior, alcanzaremos el bienestar que tanto ansiamos y éste no nos abandonará hasta el final de nuestros días. No nos damos cuenta de que la felicidad es un estado interior y como tal, ni puede ser eterna, ni puede buscarse fuera de nosotros mismos. La razón por la que aún no nos sentimos bien, no es porque no tengamos el mejor móvil, es porque acarreamos un malestar profundo que no sabemos identificar. Ninguna meta que nos marquemos llenará ese vacío mientras desconozcamos cuál es el problema latente.
Para ser felices sólo tenemos que escucharnos, identificar nuestras verdaderas necesidades y trabajar para cubrirlas.

Soportar las penas sin pedir ayuda

Cuando adoptamos una actitud recurrente de resignación ante las dificultades que nos salen al paso o, peor aún, cuando pensamos que esa pasividad es, en sí misma, nuestra manera de afrontar los problemas, estamos complicando enormemente nuestras posibilidades de disfrutar de la vida. Debemos ser capaces de afrontar los problemas para que no se acumulen las sensaciones de fracaso y de pena que generan. Si, además, pensamos que el desarrollo personal no sirve para nada o que pedir ayuda profesional a un terapeuta o un psicólogo sólo vale para tirar el dinero, nunca conseguiremos salir del bache en el que nos encontramos.
Afrontar los problemas es la única manera de superarlos. Si no somos capaces de hacerlo por nosotros mismos, puede ser buena idea buscar a alguien que nos ayude a identificar cuáles son nuestras conductas autodestructivas y que nos ayude a superarlas.

Elegir la píldora azul en vez de la roja

Al igual que sucedía en Matrix, hay quien prefiere escoger la píldora azul, es decir, recurrir a las drogas, al alcohol o a cualquier otro método que les permita evitar afrontar sus problemas —como salir corriendo al supermercado con tal de eludir una discusión en casa—. Da igual qué sustancia o comportamiento escojan, lo importante es encontrar algo que les facilite el olvido para no tener que tomar conciencia de lo que les sucede. Rehuyen el problema, lo dejan a un lado y lo ocultan al resto de personas para hacer como que no existe. No asumen que si no se hace nada para solucionarlo, la dificultad no desaparecerá por sí sola.
Para eliminar los obstáculos que entorpecen nuestro camino hacia una vida plena, debemos tomar conciencia de ellos y hacer uso de toda nuestra responsabilidad para solucionarlos. Es muy importante asumir que hacer frente a las dificultades es el único camino para mejorar nuestra situación.

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Detenerse en mitad de la carretera

No es raro encontrar a personas paralizadas por las adversidades, como el ciervo que se detiene en mitad de la carretera al ver los faros del coche que se acerca. El bloqueo que padecen es tan  grande que les impide echarse a un lado para no ser atropellados. De lo único que son capaces estas personas es de mirar los faros y de desear que el coche no les embista a toda velocidad. Experimentan un poderoso anhelo —que el peligro desaparezca—, pero no hacen nada por materializar ese deseo —apartarse del camino—.
Las dificultades forman parte de la propia vida. Si nunca las intentamos superar, jamás alcanzaremos nuestras metas. Nuestro corazón nos marca el camino a recorrer, cualquier paso que demos en esa dirección, por pequeño que sea, siempre nos situará más cerca de nuestros sueños.

Actuar con vehemencia

Soy de la opinión de que una persona que utiliza la agresividad y la hostilidad de manera recurrente ha fracasado en la gestión general de su vida. Apostar por la furia, la crítica o la violencia como medio principal de comportamiento sólo genera malestar en nuestro entorno. Además, la rabia constante nos sume en un continuo estado de sufrimiento del que es muy difícil salir.
Para dejar atrás esta conducta autodestructiva debemos afrontar las dificultades de una manera pacífica y consensuada, generando así armonía en nuestro mundo cercano y hacia nuestros seres queridos.

Apostar por la rigidez

Los seres humanos necesitamos estabilidad. Para crear esta sensación nos fijamos en los patrones que se repiten de manera constante a nuestro alrededor: el cobro de nuestra nómina cada primero de mes, saber que el sol va a volver a salir mañana o estar convencidos de que en el supermercado siempre vamos a poder comprar comida. Sin embargo, en nuestras vidas existen infinidad de aspectos que escapan a nuestro control. A pesar de ello, mucha gente intenta atribuirse cierto grado de dominio sobre ellos adoptando comportamientos rígidos de manera sistemática: como el padre que impone sus criterios a su hijo diciendo que bajo su techo se hace lo que él diga. Sin embargo, cuanto más rígidas, estáticas y permanentes son las creencias, las actitudes o las conductas que adoptamos, más falsa es la sensación de seguridad. Cuando finalmente una experiencia quiebra alguna de ellas, los pilares de nuestro mundo se tambalean y la sensación de incertidumbre se multiplica exponencialmente. Si el padre de nuestro ejemplo continúa actuando de esa manera tan rígida, llegará un día —más pronto que tarde— en el que el hijo se irá de casa. Entonces, cuando se dé cuenta de que ha dinamitado la relación entre ambos, descubrirá que la sensación de control que tenía sobre él era un mero espejismo.
Hay que ser flexible para adaptar nuestra respuesta a cada problemática. Debemos ser capaces de generar nuestra propia seguridad. Fijémonos en el capitán del barco que, aún sabiendo que los imprevistos forman parte de cualquier travesía, sale del puerto completamente seguro del éxito de su viaje, porque confía plenamente en su capacidad y experiencia.

Esconder la basura bajo la alfombra

En muchas ocasiones ocultamos nuestros errores, nuestros pensamientos dañinos o nuestras vergüenzas. Nos sentimos tan culpables por ellos que llegamos incluso a mentir para que no se conozcan. No queremos responsabilizarnos de lo que consideramos indeseable. Pero al comportarnos de esta manera nos olvidamos de algo muy importante, asumir nuestros actos nos da poder y libertad: si nosotros somos los causantes de algún problema está en nuestra mano ponerle solución, mientras que si lo achacamos a una causa externa, nuestra posibilidad de controlarlo se reduce considerablemente.
Para disfrutar de una vida libre y plena debemos asumir la responsabilidad de nuestros actos, aprender de nuestros errores y encontrar la manera de gestionarlos para que no se vuelvan a repetir.

Dejar que el miedo nos gobierne

¿Cuántas veces nos hemos encontrado perpetuando una situación insostenible como un trabajo indeseado o una relación de pareja insana? En vez de buscar otras opciones nos empeñamos en alargar la situación todo lo posible a costa de nuestra propia felicidad o de nuestra salud mental. Nos engañamos con frases como «la cosa está muy mala para dejar este trabajo» o «no soporto tantas discusiones pero si la relación se acaba, ¿quién me va a querer?». En estas situaciones el miedo toma las riendas de nuestras vidas y nos impide tomar decisiones acertadas y necesarias, nos empuja a mirar lo agradable en lugar de hacer frente a lo que nos hace sentir incómodos.
Si queremos disfrutar de la vida debemos afrontar el miedo e impedir que rija nuestro destino.

Es muy importante que aprendamos a ser conscientes, de este modo podremos determinar cómo somos y cómo actuamos. Si logramos escucharnos a nosotros mismos seremos capaces de apelar a nuestra responsabilidad y corregir aquellos comportamientos que sabemos que nos están limitando e impiden nuestro crecimiento como personas. Evitar repetir estas conductas autodestructivas es clave para alcanzar una existencia de completa libertad y sentir que la vida nos está tratando de la mejor manera posible.