A lo largo de nuestras vidas hacemos frente a numerosas pruebas que intentamos superar lo mejor que podemos. Sin embargo, no siempre las resolvemos correctamente; y los sueños incumplidos, los proyectos fallidos o los reveses del destino se convierten, desde ese momento, en cargas mentales que nos acompañan durante el resto de nuestro viaje.
Estas experiencias mal gestionadas se comportan como auténticos polizones en nuestras vidas. Equipaje indeseado y no controlado que se cuela en nuestra bodega para aumentar nuestra sensación de «pesadez mental» y dificultar nuestra existencia.
¿Qué son las cargas mentales?
Tras ciertas experiencias desagradables, la mente tiende a realizar un paquete con todas las sensaciones y pensamientos relacionados con ese tema. Una amalgama en la que se incluyen tanto los registros sensoriales —vista, oído, olfato, etc.— como los emocionales. A este conglomerado poco definido que se queda flotando en nuestro subconsciente es a lo que denominamos cargas mentales.

La influencia de estas cargas sobre nosotros es tan grande que, en muchas ocasiones, deriva en conductas automáticas ineficientes, es decir, en comportamientos autónomos que escapan por completo a nuestra supervisión. Pensemos, por ejemplo, en una persona que se pone violenta cada vez que alguien le dice lo que tiene que hacer porque la situación le recuerda a su infancia —cuando sus padres dirigían su vida y no le dejaban ser él mismo—; o un chico que se muestra intransigente y orgulloso con su pareja porque, en un momento dado, llegó a la conclusión de que se había traicionado mucho a sí mismo —al anteponer los deseos de su pareja a los suyos propios— en otras relaciones pasadas.
¿Por qué las cargas mentales —y las respuestas automáticas ineficientes que generan— representan un problema? Lo explicábamos muy bien en nuestro artículo «Prisioneros de nuestra mente». En él concluíamos que este tipo de automatismos resultan sumamente perjudiciales para nuestro desarrollo interior porque favorecen una vida inconsciente y mecánica. Las soluciones irreflexivas nos impiden tomar decisiones en completa libertad y, por consiguiente, nos alejan de la vida a la que aspiramos.
Si no hacemos nada por evitarlo, la presión psicológica generada por las cargas mentales se convierte en un auténtico lastre para nuestras vidas. En el momento en que cualquier nuevo obstáculo llama a nuestra puerta, nos vemos obligados a realizar un doble esfuerzo. Por un lado, y como es obvio, tenemos que afrontar las dificultades que trae consigo ese obstáculo; y por otro, debemos lidiar con las respuestas automáticas ineficientes que nos acompañan fruto de experiencias pasadas.

¿Cómo podemos hacer frente a las cargas mentales mal gestionadas?
Básicamente, siendo conscientes de los sentimientos que experimentamos. Es muy importante que nos preguntemos sobre la frustración, la pesadez, el abatimiento, el dolor, la ira o el rencor que nos acompañan y que analicemos la gestión que estamos haciendo de esos estados emocionales.
Con este simple acto, estaremos dando un paso de gigante para tomar las riendas de nuestras vidas; porque sólo cuando sabemos qué nos sucede podemos tomar medidas para modificar nuestra situación. Debemos tener algo muy claro: que no queramos reconocer un problema, no quiere decir que éste no exista. En muchas ocasiones, emprendemos una huída hacia delante ignorando los efectos que estas cargas mentales generan. Esperamos que, de este modo, sus huellas desaparezcan. Sin embargo, acobardarse, sucumbir a los obstáculos u ocultar los malestares que nos afligen no nos permite llevar una existencia placentera.
Tras descubrir y analizar lo que nos sucede y poner nombre a los sentimientos que experimentamos, debemos comenzar el proceso de gestión. Un trabajo, por así decirlo, de limpieza mental que nos permita eliminar los efectos emocionales y los significados asociados a las cargas mentales que nos acompañan. Este paso resulta algo más complejo y, seguramente, necesitemos la ayuda de algún profesional para que nos guíe en el proceso.
Aprender a gestionar nuestras cargas mentales nos abre las puertas a una vida consciente y responsable. Si somos capaces de cambiar nuestras respuestas automáticas ineficientes por decisiones racionales, podremos dirigir nuestros pasos en la dirección deseada.

No digo que la solución sea sencilla. Soy plenamente consciente de que hay momentos en los que el cansancio acumulado por las derrotas de la vida nos bloquea. Sin embargo, es preciso que busquemos las ganas de ser felices. Siempre están ahí, aunque a veces se encuentren sepultadas por las pérdidas, las desilusiones, los fracasos sufridos o los sueños rotos.
Lo vimos en nuestro artículo «Beneficios del desarrollo personal (en primera persona)». Allí explicábamos que es fundamental apostar por la elección consciente y por la humildad —abandonando las quejas y centrándonos en la búsqueda de soluciones—. Actuando de esta manera siempre vamos a avanzar hacia una vida más plena, llena de paz interior y de alegría.
Conclusiones
Es muy probable que no consigamos todo lo que deseamos. Aún así, se puede seguir llevando una vida satisfactoria y plena. Debemos ser conscientes de que está en nuestra mano transformar una existencia mediocre en una vida con mayúsculas. Para ello sólo necesitamos tomar el control y hacer frente a cada problema de una manera consciente y razonada; porque afrontar las dificultades de manera racional nos permite manejarlas más fácilmente.
No es una cuestión de si podemos, sino de si queremos hacerlo. En el momento en que apostamos por la existencia consciente se despliega ante nosotros un vasto universo de posibilidades infinitas. Múltiples caminos que nos acercan al bienestar y a la felicidad que tanto ansiamos.