El mes de enero suele estar ligado a la reflexión. Tendemos a mirar atrás para valorar el ciclo que termina. Aprovechamos para ver cómo nos han ido las cosas y qué aspectos de nuestras vidas podríamos mejorar, renovar o, directamente, cambiar. Son muchos los propósitos de Año Nuevo que nos solemos marcar: hacer más deporte, leer más, empezar a ahorrar para el viaje de nuestros sueños o, sencillamente, decir más veces «te quiero».
Sin embargo, entre esta lista no suele encontrarse el propósito más importante. Aquel que, sin duda, nos ayudará a alcanzar cualquier meta que nos hayamos fijado: me refiero a conocer y a controlar mejor nuestra mente.
¿Por qué dominar nuestra mente nos va a ayudar con el resto de propósitos de Año Nuevo?
La respuesta es sencilla, porque su red de influencia abarca todo nuestro mundo, definiendo lo que creemos que somos: nuestra percepción y nuestra atención; nuestra comprensión y nuestra memoria; lo que nos gusta y lo que no; nuestras habilidades y capacidades para actuar, etc. Estos y otros aspectos de nuestra vida están determinados, y usualmente limitados, por nuestra manera de pensar y de ver el mundo. Si no hacemos nada por evitarlo, nuestra mente decide cómo reaccionamos ante un comentario; si nos enfadamos con nuestra pareja porque se deja la luz encendida; o si nos empuja o nos disuade de perseguir cualquier objetivo que nos hayamos marcado. Por tanto, nuestra mente puede ser la mayor aliada o nuestro peor enemigo a la hora de luchar por lo que queremos.

Como vimos en el artículo «Los mapas mentales o por qué no existen las verdades absolutas», la mente se comporta del mismo modo que un mapa para ayudarnos a relacionarnos con el mundo que nos rodea. A través de sus esquemas y sus directrices podemos dirigir nuestra vida en la dirección que marcan nuestros deseos.
Sin embargo, ¿qué sucede cuando nuestros mapas mentales no nos llevan hacia nuestros objetivos sino en la dirección contraria? ¿No sería interesante saber cómo modificarlos para que nos indiquen el camino correcto?
Imagina una familia de clase media, una en la que los padres se han pasado la vida luchando para salir adelante. Piensa en lo que aprenden los hijos de esa familia. No sólo porque a diario ven cómo sus progenitores se esfuerzan para llegar a fin de mes, sino también porque estos les enseñan que las personas de clase media deben trabajar muy duro para llevar una vida medianamente cómoda. No sería raro que estos hijos, al crecer, siguieran los pasos de sus padres. Buscarían un trabajo que les diera cierta estabilidad, aunque no estuviera bien remunerado, sencillamente porque es lo que han aprendido. Sólo podrían salir de esta dinámica mirándose a sí mismos para descubrir qué es lo que propicia la situación en la que se encuentran. Hasta que no modificaran sus mapas mentales no podrían acometer los cambios necesarios que les permitirían mejorar sus vidas.
La importancia de los mapas mentales radica en que, como vimos en el artículo «Pensamiento y realidad: dos mundos obligados a entenderse», no vivimos ni operamos directamente sobre el universo físico, sino que lo hacemos a través de estas herramientas. Lo que significa que para que podamos ser, hacer o tener aquello que deseamos, nuestros mapas mentales deben considerar que podemos ser, hacer o tenerlo.

Si no ponemos los medios necesarios, será nuestra mente la que se enfrente a las dificultades que surgen en el camino hacia cualquier meta que nos hayamos marcado —ya sea un propósito de Año Nuevo o de cualquier otra índole: buscar pareja, formar una familia o encontrar un puesto de trabajo mejor—; y también será ella la que decidirá si el esfuerzo merece la pena o si ha llegado el momento de claudicar. Por esta razón hacemos tanto hincapié en la guía «Anatomía de la mente» en que es vital aprender a manejarla y a sacarle el máximo partido. Si somos capaces de incrementar nuestro dominio sobre ella, podremos gestionar eficazmente cualquier reto que se nos presente y ser nosotros los que decidamos si queremos seguir luchando por lo que deseamos.
Conclusiones
Es muy importante que nos grabemos a fuego esta máxima: nuestra mente nunca puede ser el límite. Si estamos convencidos de que no podemos cambiar quiénes somos, seguiremos siendo los mismos —con todas nuestras virtudes, pero también con todos nuestros defectos—; si consideramos que no podemos hacer algo, seguramente, ni lo intentaremos; si sentimos que no podemos tener aquello que queremos, es probable que no demos los pasos necesarios para alcanzarlo.
Debemos tener claro que caminando en la dirección correcta, más tarde o más temprano, llegaremos a la meta. Por eso os invito a que os marquéis el propósito de Año Nuevo definitivo: aprender a controlar vuestra mente para que sus propuestas y soluciones apunten siempre hacia ese lugar en el que se encuentra vuestro corazón. De este modo, cualquier objetivo siempre estará un poquito más cerca. Feliz 2022.