Nuestra capacidad para elegir qué ser, qué hacer o qué tener es la que, en gran medida, determina nuestra sensación de éxito en la vida. Si somos capaces de escucharnos y de alejar cualquier influencia, estaremos avanzando en la buena dirección. Un camino que, al estar en consonancia con quienes somos realmente, nos va a colmar de satisfacción.
Pero cuidado con las influencias que las hay de muchos tipos: unas externas —un padre que nos impone la carrera que debemos estudiar, una pareja que nos chantajea emocionalmente para conseguir lo que quiere o un amigo que nos juzga sin parar diciendo «tú lo que deberías hacer es…», etc.—, y otras internas —procesos mentales que se desarrollan exclusivamente en nuestra cabeza y que nos coartan a la hora de tomar decisiones—.
Hoy nos centraremos en uno de los procesos mentales que más limita y confunde al ser humano: aquél que está relacionado con el «quiénes somos». Veamos por qué lidiar con los distintos roles que desempeñamos habitualmente en el «juego de la vida» nos supone un enorme quebradero de cabeza.
En un sentido estrictamente lingüístico la pregunta «¿quiénes somos?» está íntimamente relacionada con el sujeto de la acción —yo, tu, él, nosotros, vosotros o ellos—. Por otro lado, la cuestión «¿qué somos?» hace referencia al objeto de la acción que desempeña ese sujeto: «soy carpintero/a», «soy informático/a», «soy madre», «soy simpático/a» o cualquier otro rol que se nos ocurra.

Algo que, a priori, resulta tan evidente, nos genera un gran desconcierto. En el artículo «¿quién eres tú?» comentábamos lo confusa que se siente la gente cuando se enfrenta a esta cuestión. Para comprobarlo basta con hacer la prueba. Si preguntamos a varias personas «¿quién eres tú?», pocos nos responderán «yo» —sujeto de la acción— sin el menor atisbo de duda. Lo más probable es que, en su lugar, estas personas comiencen a enumerar un vasto listado de objetos de la acción como: «soy padre», «soy fontanero», «soy el hermano de Luisa», «soy buena persona», etc. Unas respuestas que denotan un problema: estas personas tienen problemas con su identidad, es decir, no son capaces de diferenciar entre quiénes son realmente y los distintos roles que interpretan en la vida.
¿Por qué esta circunstancia supone un problema? Ilustrémoslo con un ejemplo. Piensa qué pasaría si alguien preguntara a Johnny Depp «¿quién eres tú?» y él respondiera «soy Jack Sparrow», «soy Eduardo Manostijeras» o «soy el sombrerero loco». Estoy convencido de que, si fuera así, inmediatamente se le tacharía de loco y, acto seguido, se le diagnosticaría un trastorno de la personalidad. Sin embargo, estos errores de identificación que tanto nos chocan cuando tienen lugar en otras personas, pasan completamente desapercibidos cuando nos suceden a nosotros mismos.
¿Crees que Johnny Depp piensa y se comporta de la misma forma estando en su casa un domingo por la mañana que en una sesión de rodaje de Piratas del Caribe? Sinceramente, no lo creo. Cuando el Sr. Deep llega a un acuerdo para interpretar a Jack Sparrow, recibe un guión en el que se describe qué debe decir y cómo debe actuar en cada momento. Este código de normas preestablecidas es el que hace creer a todo el mundo que nos encontramos ante un intrépido capitán pirata. Sin embargo, en el momento en el que Johnny Depp abandona el rodaje y regresa a su casa, deja de ser «Jack Sparrow» y vuelve a ser «él mismo».

A nosotros nos pasa algo muy similar a diario, con la gran diferencia de que no interpretamos uno sino innumerables «personajes» —cada uno con su correspondiente guión—. Dependiendo de cuál sea el contexto y las circunstancias que nos rodeen activaremos unos u otros: llego a casa y se enciende el rol de «madre», comienza mi jornada laboral y me pongo en modo «fontanero», mi mujer me grita y activo el rol de «marido defensivo», etc. Son innumerables las ocasiones en las que, a lo largo del día y sin darnos cuenta, hablamos o actuamos a través de nuestros «personajes». Es sorprendente la cantidad de veces que, inconscientemente, consultamos el guión del rol que estamos interpretando y nos comportamos tal y como éste nos marca, sin importar si esta manera de actuar refleja quiénes somos realmente.
¿Qué implica que nuestros roles se activen de manera automática?
Como ya explicamos en el artículo «Prisioneros de nuestra mente», todos los automatismos mentales nos restan libertad. Es cierto que estas respuestas mecánicas resultan tremendamente útiles en nuestras vidas. Sin ellas nos veríamos obligados a decidir constantemente cómo debemos comportarnos. El problema es que no todos los comportamientos incluídos en los guiones de nuestros «personajes» nos resultan de utilidad. Por eso es vital que desarrollemos la capacidad de identificar las respuestas que no nos ayudan y detener cualquier comportamiento automático que nos aleje de nuestros verdaderos deseos.
Imaginemos que Luís ha desarrollado un personaje al que podemos llamar «romántico de Hollywood». Un rol construído con una gran dosis de miedo a la ruptura sentimental. El guión de este personaje estipula que hay que desvivirse por la pareja pero, además, que la única manera de que una relación perdure es adoptando una actitud sumisa ante ella. El «romántico de Hollywood» está convencido de que la llama del amor se mantendrá siempre viva si cede ante cualquier deseo de su media naranja. En este caso, el personaje obliga a Luís a comportarse de una forma que le impide ser él mismo. Alguien que siga a pies juntillas las directrices que marca el guión de «romántico de Hollywood» nunca podrá alcanzar un desarrollo pleno como persona porque se verá obligado, una y otra vez, a anteponer los deseos de su pareja a los suyos propios.

Conclusiones
Para conseguir mejores resultados en la vida es muy importante que seamos capaces de modular las respuestas que nos ofrecen nuestros «personajes». Debemos desarrollar la capacidad de modificar su programación para amoldar cada respuesta al contexto que estemos viviendo. No podemos resignarnos a asumir las pérdidas o los fracasos que provocan las respuestas impuestas por nuestro «piloto automático».
Nuestros roles nos tienen que resultar útiles porque trabajan para nosotros: ¿Quién es padre? Yo; ¿Quién es fontanero? Yo; ¿Quién es el hermano de Luisa? Yo; ¿Quién es buena persona? Yo. Debemos ser conscientes de que somos el centro de toda experiencia porque detrás de cualquier idea que podamos usar para definirnos siempre estamos nosotros mismos.
Dejarnos llevar por nuestros «personajes» puede resultar una actitud tremendamente limitante. Asumir como válidas todas las respuestas que nos ofrecen desvía nuestro rumbo y nos avoca a una vida distinta de la que deseamos: ser quien no queremos ser, hacer aquello que no queremos hacer o tener eso que no queremos tener. Para alcanzar la auténtica plenitud debemos tomar consciencia de que nos encontramos por encima de nuestros «personajes» y asumir que sólo hay que hacer caso a sus guiones si estos reflejan quienes somos realmente.